Sí, quizás a los 7 años lo ves todo con buenos ojos, con inocencia y sin rencor de nadie ni de nada, una mirada sin culpabilidad, pura y santa, pero no significa que no me estuviera dando cuenta de que me trataban como si fuera idiota.
Odiaba ese tipo de gente, siempre creyéndose mejor solo por ser mayores, creyéndose más sabios que tú solo por ser un niño, sin darte opción a opinar, tratándote como si no existieras o como si fueras un perro que no se entera de nada, hablándote de una forma tan idiota que hasta los peces deberían de entenderla. Mi padre era así, es algo que había que aceptar, él siempre se negaba a aceptar que se podía equivocar, si no tenía la razón e intentabas demostrárselo, empezaba a insultarte, a gritar por todos lados y a enfadarse de una manera irrazonable para ser, supuestamente, una persona coherente y sabia. Por si eso no fuera suficiente, encima iba de padre perfecto creyéndose el mejor del mundo, alguien que enseñaba a sus hijos de forma amenazante, autoritaria y agresiva. Así no podías artísticamente, a pesar de eso, con suerte, yo salí muy creativo y con mucha imaginación, nada parecido a él.
Bueno, mejor empezar.
Era una tarde cálida, el sol brillaba fuerte en el firmamento, y las sonrisas se fundían todas juntas.